Qué es un Mito

Antes de que existiera el cielo o la tierra, solo había un vasto vacío llamado Ginnungagap. De ese abismo primigenio, donde el hielo del norte se encontraba con el fuego del sur, surgieron las primeras formas de vida… y, con el tiempo, los grandes dioses.

Entre ellos estaban los Aesir, poderosos y orgullosos, nacidos del caos para traer orden al universo. Se establecieron en Asgard, una fortaleza suspendida entre los mundos, donde las columnas de oro y los salones de piedra daban testimonio de su fuerza y sabiduría. Allí reinaba Odín, el más sabio de todos, señor de la guerra, la poesía y el destino.

Este relato es uno de los mitos teogónicos de la tradición nórdica: una historia sobre cómo surgieron los dioses y cómo se empezó a tejer el gran tapiz del cosmos.

En los albores del tiempo, cuando aún no existía ni el cielo ni la tierra, todo estaba envuelto en un caos espeso y oscuro, como si el universo durmiera dentro de un huevo gigante. De ese caos primigenio nació Pan-Gu, un ser colosal, cubierto de pelo y vestido con hojas y lianas.

Durante siglos, Pan-Gu durmió en el interior de aquel huevo. Pero un día, despertó. Al abrir los ojos, comprendió que debía dar forma al mundo. Con un poderoso hachazo, rompió la cáscara del huevo: lo claro y ligero se elevó para formar el cielo, mientras que lo denso y pesado descendió para formar la tierra.

Para evitar que volvieran a unirse, Pan-Gu se colocó entre ambos y, durante 18.000 años, empujó el cielo hacia arriba y sostuvo la tierra hacia abajo, creciendo cada día un poco más. Cuando su tarea estuvo cumplida, su cuerpo dio origen a todo lo que existe: su aliento se convirtió en el viento, su voz en el trueno, sus ojos en el sol y la luna, y su cuerpo en montañas, ríos, minerales y bosques.

Así fue como, según la antigua mitología china, Pan-Gu creó el mundo.
Este es uno de los más célebres mitos cosmogónicos del pensamiento oriental.

Cuando el mundo comenzaba a tomar forma bajo el amparo del primer sol, los dioses decidieron que era momento de poblar la tierra. Para ello, crearon a una pareja: Cipactónal y Oxomoco, los abuelos originales de la humanidad según la mitología mexica.

Cipactónal y Oxomoco no solo fueron los primeros en habitar la tierra: se les encomendó una misión sagrada. Debían trabajar la tierra, hilar el hilo y proteger la cosecha de maíz, el alimento sagrado del pueblo. Aprendieron a cocinar el maíz, a transformarlo en sustento, y con ello enseñaron a las futuras generaciones a sobrevivir y a vivir en equilibrio con la naturaleza.

Pero su sabiduría iba más allá de lo cotidiano: también se les atribuye el conocimiento del calendario, el conteo del tiempo y los ciclos del mundo. Cipactónal y Oxomoco fueron más que agricultores; fueron sabios, guardianes del orden y pilares de la civilización.

Este relato es un mito antropogénico, pues narra el origen de los primeros seres humanos y su rol en el mundo que nacía.

Cuenta la leyenda que Dido, también llamada Elisa de Tiro, era una princesa fenicia, sabia y valiente, que escapó de su tierra natal tras la traición de su propio hermano, Pigmalión, quien asesinó a su esposo por codicia.

Con un pequeño grupo de fieles, Dido emprendió un largo viaje por mar hasta llegar a las costas del norte de África. Allí, pidió asilo a los gobernantes locales, quienes aceptaron concederle solo tanta tierra como pudiera abarcar con una piel de buey. Astuta, Dido cortó la piel en finas tiras y rodeó con ellas una amplia extensión de terreno. En ese lugar, sobre la colina de Birsa, levantó una ciudadela que más tarde sería conocida como Cartago.

Bajo su liderazgo, la ciudad floreció. Dido se convirtió en su primera reina, símbolo de inteligencia, coraje y habilidad política.

Este es un mito fundacional, pues explica el origen de una ciudad a través del heroísmo de su fundadora y el poder del ingenio frente a la adversidad.

En la mitología egipcia, se dice que fue Thot, dios de la sabiduría, quien dio al mundo el regalo de la escritura. Este dios, con cabeza de ibis o babuino, servía como escriba y consejero del gran Ra, el dios solar que reinaba sobre todas las cosas.

Thot no solo dominaba los secretos del tiempo y las matemáticas, sino que también fue quien inventó los signos sagrados que permitían fijar las palabras y preservar el conocimiento. Así nació la escritura jeroglífica, un lenguaje de símbolos que no solo comunicaba ideas, sino que encarnaba el poder divino.

Los egipcios la llamaban "las palabras del dios", pues consideraban que cada trazo era una manifestación sagrada. Por eso, esta escritura era reservada para los muros de los templos, las tumbas de los faraones y los textos rituales.

Este relato es un mito etiológico, ya que explica el origen de una invención fundamental: la escritura.

Cuenta la mitología griega que Dédalo, un hábil inventor y arquitecto, fue encerrado junto a su hijo Ícaro en el laberinto de Creta, el mismo que él había construido para encerrar al Minotauro. Privado de toda vía de escape por tierra o mar, Dédalo volvió su mirada al cielo y encontró en el aire su única salida.

Con plumas de aves y cera de abejas, creó un par de alas para él y otro para su hijo. Antes de emprender el vuelo, advirtió a Ícaro de no volar demasiado alto, para que el sol no derritiera la cera, ni demasiado bajo, para que la humedad del mar no empapara las plumas.

Ícaro, embriagado por la libertad de volar, ignoró el consejo de su padre. Fascinado por el cielo abierto, voló cada vez más alto, hasta que el sol comenzó a derretir la cera de sus alas. Pronto, sus plumas se desprendieron una a una, y el joven cayó al mar, donde se hundió para siempre.

Es un mito moral, que advierte sobre los peligros de ignorar la sabiduría y sobrepasar los límites impuestos por la prudencia.

En el corazón del zoroastrismo, antigua religión de Persia fundada por el profeta Zoroastra, se guarda una visión esperanzadora del destino final del universo: el Frashokereti.

Este relato cuenta que, al final de los tiempos, el mundo será purificado. El mal, encarnado en Angra Mainyu, será finalmente derrotado, y el universo regresará a su estado original de perfección y armonía. La batalla entre el bien y el mal, que ha marcado la historia del mundo, culminará con la victoria definitiva del bien, guiado por Ahura Mazda, la divinidad suprema.

Los muertos serán resucitados, y cada alma pasará por una prueba de fuego y metal fundido. Solo los impuros sufrirán, pero incluso ellos serán purificados, pues nadie será condenado eternamente. Así, toda la creación será renovada, y el tiempo, tal como lo conocemos, llegará a su fin.

Este poderoso relato de esperanza, justicia y redención pertenece a la categoría de los mitos escatológicos, que tratan sobre el destino último del mundo y de la humanidad.